viernes, 25 de junio de 2010

Se acabó el curso...

Ayer de forma semi-oficiosa terminamos el curso en el centro donde presto mis servicios como profesor de EOI. Menos mal, sobre todo porque justo ayer en Madrid abrieron las puertas del infierno: prefiero no imaginar qué sería hacer más exámenes con semejante calor.
Ha sido un año (académico, se entiende) duro, de mucho trabajo, pero por ese lado no tengo de qué quejarme. La sensación amarga, que la tengo, viene por otro lado.
Antes de seguir, debo aclarar que mis alumnos son adultos. No hablo de adolescentes conflictivos, sino de sus papás-mamás o, alternativamente, de sus hermanos mayores. Quiero dejar claro, así mismo, que lo que a continuación diré no afecta a todos mis alumnos, ni siquiera a la mayoría de ellos, sino a una minoría, por lo demás bastante amplia, pero sumamente representativa.
Como todos los años, hemos examinado a nuestros alumnos y ha habido de todo: aprobados, suspensos, y no presentados. Los resultados globales no han sido malos del todo.
Como docente y como evaluador, nada me alegra más que aprobar a mis alumnos (¡y si es con buena nota, mejor!). Respecto a los suspensos, está claro que no me ilusionan lo más mínimo. Intento practicar la autocrítica, y siempre siento que detrás de cada alumno mío que no ha aprobado hay una parte de fracaso mío: si el alumno suspenso ha trabajado, porque no he sabido transmitirle de modo adecuado lo que se debía; si no se ha esforzado lo suficiente, siento entonces que he fallado en la motivación. Sí, pero...
Una la cosa es la autocrítica, y otra, muy distinta, lo que podríamos llamar la baja autoestima docente, que sería la cara opuesta de la autocomplacencia. No soy perfecto, intento mejorar mi actividad docente de año en año, y aunque considero que en los suspensos de mis alumnos hay una parte de responsabilidad mía, también tendré derecho a sentirme legítimamente orgulloso (en parte, claro está...) de esos otros alumnos que han aprendido bien y, en consecuencia, han aprobado, porque para mí lo importante es lo primero. Lo segundo, el aprobado, viene por añadidura. Estimar lo que hacemos y valorarlo positivamente, siempre con las adecuadas dosis de autocrítica, creo que es esencial para avanzar e intentar mejorar de día en día.
Desgraciadamente, esa parte del alumnado a la que aludía arriba parece pensar de forma muy diferente. De hecho, son el reflejo de una mentalidad cada día más extendida, la de cargar sobre las sufridas espaldas del profesor de idiomas el 100% de la responsabilidad del fracaso del alumno. El éxito, si lo hay, es porque el alumno ha estudiado mucho. Es como si esos alumnos, adultos, lo repito, renunciasen a su autonomía y madurez y se convirtiesen en una especie de niños grandotes y caprichosos.
Cuando suspenden, tal cosa ocurre porque el profesor ha sido mal docente, o porque en su infinita maldad les ha puesto un examen pero que la mar de difícil, como mínimo de un nivel tres cursos arriba del que están, o porque ese día la bolsa bajó el día del examen. Ellos piensan que tienen derecho al aprobado, así, sin más, y si no lo han obtenido emprenden la caza de brujas contra todo lo que se les ponga a tiro. De autocrítica, nada de nada.
Cuando hablamos de enseñanza de segundas lenguas a adultos, que es mi ámbito, este tipo de alumno suele responder bastante al perfil de la persona que "se apunta" a un idioma a modo de pasatiempo vespertino. Es decir, no es que haya decidido "aprender" una lengua y obre en consecuencia: ha decidido "apuntarse".
Mi profesora de italiano de la universidad solía decir que nada ha hecho más daño que ese tipo de eslóganes cutres para promocionar la venta de métodos varios de idiomas, sea por fascículos, sea con cassette incluida. Ya sabéis, el "molto facile e divertente, "the english without toil", y etcétera. Aprender una segunda lengua no tiene por qué no ser "divertente", pero a estas personas lo que nadie les ha dicho es que hacer tal cosa es uno de los retos psico-cognitivos, intelectuales y culturales más potentes a los que se puede enfrentar un adulto.
Pretender aprender un idioma sin "currar", es como querer subirse al Mont Blanc sin sudar una gota, así de claro. Naturalmente, no se trata de "curar por currar", sino de buscar un modo de "curre" agradable y que enganche, pero, ay a amigo, de sudar nadie nos libra. Por lo que respecta al profesor, y siguiendo con la metáfora alpinista, debiera ser como un buen guía, alguien que nos abra el camino y nos indique la mejor ruta. Pero es el alumno el que mejor o peor guiado tiene que subirse a la cima por su propio esfuerzo, no aupado a las espaldas del sufrido guía.
Por otra parte, debo indicar que no soy ningún adorador del abstracto concepto de la autoridad, y aún menos cuando ese substantivo se adorna con el adjetivo "académica", pero la cosa es que estos alumnos infantilizados suelen mostrar una monumental falta de respeto no ya por la "institución" a la que acuden, sino de hecho por las personas que con su trabajo hacen posible que la susodicha institución funcione mal que bien.
A ellos suele parecerles lo más natural del mundo ir a hacer la matrícula y que el bedel les diga dónde tienen que ir, que el tipo de la ventanilla les atienda, que el de la cafetería les ponga un café, que en el tablón se indique qué aula, hora y profesor tienen asignado, y, por último, que el "profe" aparezca el primer día clase cargado de programas y materiales varios.
Les parece tan natural como andar todo el curso quejándose: que si todo es una mierda porque los títulos de ahora valen menos que los de antes, que si el aula es pequeña, que si grande, que el horario no me viene bien, que a ver qué examen nos ponen...
Debo decir que me gustan los alumnos peleones y contestones... siempre que sean conscientes de que los derechos conllevan obligaciones. Y, ya que hablamos de centros públicos, que sean conscientes que detrás de la "institución" hay personas que "curran" mucho para que las cosas vayan saliendo adelante. No sólo los docentes: esos alumnos a los que nunca les viene bien la hora y gritan clamando porque les pongan una que no les coincida con "Amar en tiempos revueltos", ¿han pensado alguna vez el infernal trabajo, verdadero encaje de bolillos, que ha tenido que hacer el jefe de estudios (¡ingrato cargo a la sombra, siempre tan mal valorado!) para coordinar grupos, aulas y profesores, atendiendo por lo general a razonables motivos de interés general, entre las que casi nunca entra, dicho sea de paso, la comodidad y conveniencia del docente?
Termino remarcando que esos alumnos a los que me he refererido arriba no son la mayoría, pero por desgracia no dejan de ser una especie de lobby influyente y en aumento, muy significativo de cómo andan los tiempos.
Si esos son las papás-mamás o hermanos mayores, no es de extrañar que los chavales anden como andan.
P.D. Hay alumnos que al acabar el curso te dan las gracias por haberles ayudado en su largo y difícil proceso de aprendizaje. Mil gracias les sean dadas.

martes, 22 de junio de 2010

Aupa Ruper

Como ignauguración de este blog, he decidido montarme mi propia fiesta particular. En principio nadie está invitado, pero de gorrón que entre el que quiera. Las bebidas, eso sí, las pone cada cual.
La música la pongo yo, de todos modos. Pinchando aquí vuestras mercedes pueden acceder a un estupendo vídeo del ilustre juglar vascongado Ruper Ordorika. Les aproveche.